lunes, 3 de diciembre de 2007

“ESTAR EN LA MEMORIA" El Arte como Duelo

Agradecimientos


A mi padre, que en medio del silencio hizo parte de la dura travesía que significó la muerte de mi madre, a los maestros Carlos Alberto Hoyos y Carlos Alberto Ayala quienes aportaron de manera objetiva dentro y fuera de las actividades académicas, especialmente al maestro Carlos Augusto Buriticá quien acompañó y asesoró semestre a semestre la ejecución del proyecto, y a la maestra Ma. del Carmen Falcón Tome, directora de este proyecto, que es en sí mismo, una extensa nota de agradecimiento a mi madre quien siempre estará a mi lado.






"Hoy es preciso pensar toda esa abundancia de lo impalpable:
enunciar una filosofía del fantasma.
M. Foucault.




En la memoria se sumerge una realidad ineludible: la ausencia de un ser querido expresada en un documento narrativo de fantasmas y fantasías vitales, cuya fuerza evocadora interpreta momentos, cartas, notas, besos, fotografías y pedazos de espíritu; como dice Foucault (Theatrum Philosophicum -1970): “una filosofía del fantasma fundada en la materialidad de lo incorpóreo en la ausencia como topos y la voz como lugar de aparición y representación de los espectros”.


El duelo en la memoria de Angela cubre mágicamente de melancolía, ensueño, hermosas huellas y visiones de gran belleza y poesía. Notas del recuerdo, imágenes de la propia existencia y reflexiones de trayectorias y experiencias admirablemente consignadas en una obra cuya trayectoria referenciada en Baudrillard, Regis Debray, Walter Benjamin y Octavio Paz entre otros, nos deleita por su profundidad y formula un espectro amado que sugiere la renuncia de la pérdida absoluta.


Angela involucra su ser acometido por la ausencia, en la memoria y el duelo perpetrado en un significado de vida y presencia, cuya solidez y realidad lo distanciarán por siempre de esa misma ausencia. La remembranza del ser ausente y sus rastros, implica la apropiación de su esencia que bien se recrea en la obra de Angela a través de tres años de entrega, construyendo un discurso plástico de palabras referidas en cuadernos de notas, en hilos y objetos con lenguaje propio.


“Hallar vida en medio de la muerte y belleza aún en el dolor” son las experiencias del desarrollo y culminación del proyecto de Angela Román. En un comienzo, el episodio resquebraja nuestro mundo, lo que era hasta ese momento, ahora ya no lo es más, perdemos el timón de nuestro barco, no sabemos cómo seguir. La vida pierde sentido con la muerte de un ser querido, y lo que puede ser única salvación de fantasía perturbadora y desesperada reunión con ese ser en algún mundo, Angela lo convierte en dulce redención y drenaje emocional de la memoria, cuando aprende que puede convertir esa experiencia en un aprendizaje de profundas transformaciones como ser humano y como artista.




Y uno aprende...
después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma.
Fragmento del poema de Jorge Luís Borges “Y uno aprende”


Ma. del Carmen Falcón


El Arte como Duelo



El proceso del duelo no siempre se presenta cuando se pierde un ser querido, las pérdidas son de siete tipos, cada uno de ellos, tiene un proceso de adaptación diferente y aunque todas se viven con dolor la muerte es la más difícil de superar. En todos los casos, una pérdida confronta y cuestiona el sentido de la vida; ellas son: las relaciones afectivas: personas y animales, ambientales: hechos catastróficos que desestabilizan el lugar donde habitamos, hábitos: de fumar y beber, habilidades: perder lo que se sabe hacer como jugar, cantar, proyectos: se planean pero no resultan, Objetos: pertenencias de gran importancia como papeles, y partes del cuerpo: dedos, piernas, brazos, etc.

Citadas las diferentes clases de un duelo, es pertinente aclarar que este proyecto se fundamenta propiamente en el duelo que se hace a un ser amado.

De acuerdo a las diferentes costumbres que tiene cada cultura, el ritual de la muerte se celebra de una manera específica; el día de los muertos parte del calendario católico dentro de las fiestas del mes de noviembre; en países como México se celebra de modo alegre, en medio de comida y bebida que comparten al lado de sus difuntos; costumbres heredadas de los indígenas de pueblos mexicanos; y en otros países de Latinoamérica como en el nuestro se celebra en medio de oraciones, cantos y recogimiento.


El propósito de elaborar un libro de artista a partir de la vivencia de pérdida y duelo propia y de otras personas, surge de un peculiar ritual en homenaje a los muertos del Museo cementerio San Pedro de Medellín, convocado por un grupo de artistas Casatallersitio, de esa ciudad y el artista plástico Juan Fernando Vélez, la noche del 1 de noviembre del pasado año; en una especie de galería de fotos de fallecidos, pretendían despojar la muerte del carácter doloroso, violento y trágico que la rodea. Participaron en talleres para elaborar el duelo y en medio de ellos, hicieron faroles y adornaron los mausoleos y bóvedas del cementerio; comenta el artista Vélez, uno de los promotores de este evento que trajo de México la idea de celebrar la muerte: “los visitantes llegarán con fotos de los fallecidos, flores y cualquier ofrenda que quieran dar a sus muertos, parece una locura pensar en celebrar en un cementerio, pero queremos darle un carácter festivo a manera de terapia”.[1]

Partir del dolor para representar, expresar y estetizar situaciones de la vida es una iniciativa que desde diferentes medios ha inquietado al artista, esencialmente cuando se puede hacer participes a otras personas que se identifican con estas situaciones como sucede en este caso con “El Arte como Duelo.”


La imagen llega a cubrir un faltante, la ausencia se anula con la representación. Ella brota en ese punto de encuentro que se da entre el pánico ante el cosmos, ante la muerte, y el inicio de una técnica… Ante la descomposición por la muerte, la recomposición por la imagen. Y es precisamente por su carácter de huella, por ese real que quema la imagen transfiriéndole su singularidad irreductible, que la fotografía tiene mucho que ver con el duelo – la muerte – y con el deseo. Ahí se anclan los valores de reliquia y de fetiche de este tipo de imágenes. Ellas pueden estar descoloridas, deterioradas, pueden ser imprecisas, borrosas, pero tienen un poder irracional sobre nosotros que nunca podrá tener el más preciso dibujo de un rostro: al ser huella se beneficia de una transferencia de realidad de la cosa sobre su reproducción[2].


El trabajo del duelo, llevado a la obra en medio del aprendizaje, surge a medida que se empieza a indagar en las circunstancias que rodean todo el tema respecto a la imagen, a la reflexión y al entorno personal respecto a situaciones y vivencias que nos obligan a adquirir una razón para hacer del dolor y la tragedia, un impulso vital para sublimar ese axioma que dice: “no se hace arte a pesar de nuestros dolores sino justamente por ellos.”


Hacer del duelo un signo artístico, no pretende generar opiniones en cuanto a la moral, ni atacar los conceptos de ritual que cada persona tiene determinado, tampoco se trata de aprovechar de manera irreverente los restos de quienes ya no hacen parte de esta realidad y mucho menos detenerse en la imagen de un cadáver que ya no trasciende en ningún aspecto; la recurrencia de la memoria basta para corroborar que los seres ausentes continúan presentes si aun no se olvidan y suficiente hay con ocupar los lugares habitados por ellos o encontrar interminablemente sus pertenencias. Partir de este hecho constituye un acto de profundo respeto y reverencia, muy lejos del morbo de la evidencia de la muerte; esta intención es mucho más que la excusa de un trabajo con una carga simbólica, buscado y apoyado en los hechos de los demás o en motivos ajenos, el hecho mismo de ser una experiencia personal hace necesario que sea llevado al campo artístico y constituye un bagaje suficiente tanto para la vida, como para la manifestación de un trabajo en arte, por ser un trance que puede llevar a quien lo padece, al borde del abismo, convirtiéndose en un acicate para recuperar, reconstruir y sobrevivir.

Cuando nos apropiamos de nuestra experiencia, inclusive lo hacemos para decir que existe belleza aún en el dolor. Esto no es nada nuevo puesto que ya los artistas habían promulgado este estado de cosas frente a los desastres de la guerra, las iniquidades de la tragedia, el hambre y la enfermedad pero ahora se manifiesta también en otras formas; la modernidad nos ha llevado a dudar constantemente de todas las formas de dominio establecido, sea este conceptual, político o ideológico. Frente a este contexto se plantea la imaginación, la duda y la perplejidad; pero siguen existiendo diversas formas de representación.

Se encuentran formas de expresar lo más sublime y lo más banal, el dolor y el gozo, las alegrías y las tristezas; disfrutando las contradicciones porque en ellas el hombre halla el modo de encontrarse con la incertidumbre. Sin duda el artista erige mundos a través de la obra, no es en ningún momento, el demiurgo pérfido determinado por algunas corrientes del arte, más bien es el creador de nuevas posibilidades en el espacio poético que le señala horizontes aparentemente inalcanzables. De este modo, la obra es motivo para expresar lo que la vida pronuncia infatigablemente al oído MEMENTO MORI, recuerda que has de morir, pero para trascender en la comprensión de que la muerte es una exhortación, no con el propósito de experimentar temor, ni para aprender a morir, sino para advertir que el viaje de la vida también llega a su final.


[1] VELEZ, Juan Fernando. Periódico EL TIEMPO. 2 de noviembre de 2006. Pág. 1-5
[2] Restrepo, Camilo. La Foto de identidad Fragmentos para una estética. Pág. 42-43